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Comentario a: «Mística y psicoanálisis», de Carlos Domínguez Morano.

Con motivo de la publicación de Mística y psicoanálisis, de Carlos Domínguez Morano, el antropólogo y teólogo Javier Melloni analiza esta obra, que constituye un acercamiento a la experiencia mística tal y como se ha hecho presente en Occidente, desde una óptica particular, la psicoanalítica.

por Javier Melloni

Probablemente no haya en nuestro país ningún autor más capacitado para escribir sobre la relación entre mística y la psicología profunda que Carlos Domínguez. En este libro aborda con maestría un maridaje que fue problemático desde los inicios del psicoanálisis, ya que Freud y la primera generación tendieron a ver la mística como una confusión de anhelos hacia el útero materno, una fusión regresiva con el otro, en lugar de comprenderla como un desplegarse del yo maduro hacia el Otro. Pero, ¿de qué Otro hablamos? ¿Del Otro intrapsíquico que es otro en cuanto que el yo consciente lo desconoce, o nos referimos al Otro suprapsíquico hacia el cual tiende la completitud del ser humano? Según se responda de un modo u otro tenemos identificadas las dos grandes tendencias del psicoanálisis frente a la mística. Con todo, las fronteras no son tan claras ya que entre ambas están las profundidades casi místicas del Ello, donde lo inmanente y lo trascendente se solapan o entrelazan. El libro, al estar escrito por un jesuita –de la misma tribu religiosa a la que también pertenece el autor de estas líneas- deja clara su decantación, pero no por ello deja de problematizar las falsas identificaciones de ese Otro que pueden darse en una vivencia inmadura o patológica de la religión. Propiamente, no le toca al  psicoanálisis posicionarse ante la naturaleza metafísica de este Otro sino dilucidar qué factores hacen posible la experiencia mística y qué es lo que determina que sea una experiencia sana, madurativa y expansiva de la persona o regresiva, narcisista o claramente patológica. 

 

Produce un verdadero placer intelectual y literario seguir al autor recorriendo los temas que uno espera encontrar: comienza por una clarificación de lo que se puede entender por mística dentro del marco de la fenomenología de la religión, prosigue con una presentación del estado de la cuestión sobre las diferentes generaciones psicoanalíticas frente a ella, las cuales muestran un decreciente prejuicio y un creciente interés; aborda la gran cuestión sobre la naturaleza de ese Otro que se experimenta en la mística, más inteligible desde las categorías maternales y femeninas que paternales y masculinas, aunque ambas son necesarias; un Otro que desborda los límites del Yo pero que no lo destruye sino que lo recrea y lo expande; aborda la importancia en la vía espiritual de la renuncia de las pulsiones primarias para trascenderlas, teniendo la cautela de que la práctica ascética y de renuncia no oculte una incapacidad masoquista de gozar con la satisfacción o contienen una carga neurótica de substituciones inconscientes; dedica páginas muy esclarecedoras sobre la sublimación, distinguiéndola de la idealización; trata también uno de los temas que está sobre la mesa que es el paradigma de la no-dualidad y no se olvida de dedicar un bello y denso  capítulo sobre la experiencia mística de san Ignacio y otro sobre la distinción entre el místico y el profeta.

 

Comparto plenamente con Carlos Domínguez su criterio fundamental para distinguir la experiencia mística auténtica de la que es fruto de una desorganización mental o patológica: “Encontramos en los místicos la capacidad para unas relaciones intersubjetivas que les alejan de un enclaustramiento narcisista en una inexistencia del reconocimiento del otro como tal en su alteridad (…). El místico, a diferencia del psicótico, se muestra capaz de mantener unos vínculos afectivos y unas relaciones sociales que le permiten vivir en una adaptación a su entorno, mostrando así su capacidad para amar y trabajar que, en definitiva, son los dos ejes esenciales de la madurez” (p.275). Este criterio diferenciador quedaría completado diciendo que es precisamente la experiencia mística la que purifica, aumenta y expande esa capacidad de amar y de trabajar más allá de las pulsiones autorreferenciadas primarias. Como muy bien dice en el epílogo, “el místico aparece como el indicador del Otro, en tanto que expresión de lo que nos excede (…), del Otro como fuente total de libertad frente a todo y frente a todos (…) invitándonos a un fecundo proceso de despojo”.    

 

Quisiera detenerme en una de las cuestiones importantes que se abordan en la obra. El autor se ha centrado en la experiencia mística relacionada con el Otro, el Tú trascendente de las religiones teístas y más particularmente del cristianismo. Si bien está claro que la referencia a este Otro permite que se produzca el crecimiento y la expansión del sujeto, queda pendiente de seguir dilucidándose la peculiaridad de la perspectiva no-dual donde este Otro desaparece, corriente procedente de las tradiciones de oriente que en estos momentos está atrayendo a muchos buscadores. La problemática que plantea Carlos Domínguez es si una temprana ausencia del Otro permite hacer crecer al yo al privarle de tener con Quien confrontarse. Para la mística personalista en la que se sitúa, el Otro transcendente ejerce la misma función performativa que el otro humano, salvando al yo de su narcisismo y de su solipsismo, así como pone a prueba la madurez del sujeto en su capacidad de tolerar la ausencia y la separación. El autor señala que si bien en los estadios avanzados de la mística personalista el yo se sumerge en el Yo divino sin que por ello se funda ni se confunda, las propuestas actuales de los movimientos advaita y transpersonales tendrían el peligro de eludir la formación de un yo psíquico maduro, el cual debe confrontarse continuamente con la alteridad y la ausencia. Son temas que quedan abiertos sobre los cuales Carlos Domínguez no se pronuncia dogmáticamente sino que señala con rigor y honestidad los interrogantes que se le plantean.

 

Nos hallamos ante una excelente obra que quedará sin duda alguna como referencia para las futuras décadas. Es la culminación y el fruto maduro de prolongadas incursiones del autor en las aguas profundas del psiquismo humano, allá donde lo otro se encuentra con el Otro.

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